miércoles, noviembre 29, 2006










¿QUÉ ES UN MILAGRO?






"¿A través de cuántas rutas entre las estrellas debe el hombre impulsarse en la búsqueda del secreto final? El viaje es difícil, inmenso, en ocasiones imposible, pero ello no nos disuadirá a algunos de intentarlo... Cabe decir que, en cierto punto, nos hemos unido a la caravana; viajaremos tan lejos como podamos, pero en una existencia no es posible ver todo aquello que nos gustaría contemplar o aprender todo aquello que ansiamos conocer..."

(Loren Eiseley, en "The Inmense Journey")



Desde cierto punto de vista, un milagro no es más que una acción que de alguna manera quiebra, normalmente por excepción, las leyes de la naturaleza.




Tomemos un vaso de cristal en una de nuestras manos, luego dejémoslo caer y, antes de que se estrelle contra el piso, cojámoslo con la otra mano... Ya está: Hemos cometido un milagro, nos hemos desentendido de la ley de la gravedad y como justo premio a nuestra esforzada indiferencia hacia tamaña ley, el vaso no se ha quebrado, está entero y quién sabe permanezca por algún tiempo más así.

Pues bien, a lo largo o mejor dicho desde los albores de la historia humana (seamos elitistas), miles de personas han cometido milagros de este tipo, inocentadas que con el tiempo han ido in crescento; entre tanto (merced a muchas otras necesidades) el hombre, que necesitaba comunicarse, cometió el milagro de hablar (a propósito, creo que nunca se recuperó, ni se dio cuenta de que aquél fue uno de sus primeros y más grandes milagros).

Con burdas gesticulaciones y ademanes (primero), con articulada elegancia (después) y con una desfachatez digna de mejor suerte, comenzó a hablar de sus milagros, para entonces ser juzgado loco, genio, iluso, gran hombre, justo, equilibrado, infantil, degenerado, dios, ángel, demonio, bárbaro o tonto, según conviniera a la moda en curso; porque la peor desgracia de los milagros no es su cualidad per se, sino que estos se cometen, en la mayoría de las veces, con mucha anticipación a la época en que les toca manifestarse. Oh, por supuesto la ley los condena, por que las burlas a la ley no son toleradas y no fueron estas las excepciones que ejecutaron a tantos otros que cometieron milagros (ésas fueron otras, una podría haberse llamado Inquisición, pero no hablaremos aquí de ello).

Hemos visto, entonces, cómo a través de los tiempos los milagros se han anticipado a la moda; unas veces rechazados, otras aceptados, dependiendo de la mentalidad espacio-temporal de la generación en turno, sucedió que los que iban siendo aceptados dejaron de llamarse milagros, infamia para algunos, pecado para otros, simplemente su uso cotidiano les hizo acciones intrascendentes propias de la especie e inclusive, en ocasiones, detestables; condenando de esta manera a la inconsciencia original a toda acción derivada, cuya filiación milagrosa no lo fue más. No olvidemos que así como la ley crea el delito o la moral el pecado, la concepción de ciertas leyes naturales crea la concepción del milagro; sabia es Madre Naturaleza, en constante renovación, sino que lo digan los trilobites o los dinosaurios. Es por ello que tenemos que ser conscientes de que actualmente todos nosotros, reincidentes y compulsivos "hacedores de milagros" en nuestro entorno, somos (sino EL) uno de los milagros más grandes que pudo cometer la naturaleza hasta hoy sobre el planeta.




Alegrémonos pues, somos unos rebeldes con causa y tal vez sea esta la característica que les permita a nuestros descendientes, 65 millones de años más tarde, tener al menos una vaga conciencia de lo que realmente fueron hace ésos 65 millones de años.

Estas palabras, por cierto, son para aquellos entusiatas cómplices que cometieron milagros, tengan o no conciencia de la magnitud de su delito, para que continúen haciéndolo en medio de esta humanidad díscola con sus propios taumaturgos rebeldes; sino que lo diga Asclepios, muerto, siendo semidiós, por una semidivinidad más fuerte llamada leyenda, mitología o tradición; que lo diga Galileo condenado por la inquisidora inquisición que no podía inquirirse a si misma y consideró pecado la pregunta de un milagro más grande y eterno que su juicio estático (¡...Eppur si move!); que lo digan Sócrates, Kepler, Leonardo, Darwin, Verne, Pasteur, Einstein, Fleming, Barnard, si en su espacio-tiempo sus preguntas no incomodaron a la moda en curso; que lo diga Neil Amstrong; allí, luego de dar el paso que le convirtió en un abanderado de todos esos espectros que velan el sueño de la humanidad adormecida aún por un sueño milagroso, sin hallar la hora de despertar y ver al abrir los ojos que su destino está ligado al extremo de sus propios brazos y sus propios pensamientos que algún día (quizá) serán inconscientes de la ley, porque la conciencia, para entonces, se habrá hecho una pregunta que absolverá benévolamente a la mismísima ley.

Ese sí, hoy, sería un milagro.